Alicia Partnoy empezó a militar para difundir todas las atrocidades que ocurrían en la dictadura militar y porque no quería vivir en un país sin libertad. Ese ideal le costó su secuestro y no saber de su hija durante largo tiempo. Valientemente, Alicia brindó testimonio en el juicio contra 17 represores en Bahía Blanca.
Durante 1977 Alicia Mabel Partnoy vivía en la calle Canadá 240 de Bahía Blanca junto a su marido Carlos Sanabria y su hija Ruth.
Alicia de 21 años y Carlos de 22 militaban en la Juventud Universitaria Peronista al tiempo que ella estudiaba Letras en la Universidad Nacional del Sur. Finalmente la carrera se cerró y a Alicia le quedaban materias libres por rendir “pero después del golpe militar ir a la universidad se convirtió en algo muy difícil porque a la entrada de la universidad nos pedían el documento de identidad, y no sabíamos si estábamos en alguna lista, si nos estaban buscando…”. Según Alicia “podíamos llegar a desaparecer así que tampoco rendí las materias en esa época”.
Alicia Partnoy, hoy con 56 años, profesora, escritora y residente en Estados Unidos, dice que durante los tiempos de la dictadura militar en Bahía Blanca, ella conocía lo que estaba ocurriendo en el país y que las desapariciones se repetían: “Yo por eso decidí militar en el momento del golpe porque mi hija tenía nueve meses y no quería que creciera en un país donde no había libertad”.
Su militancia consistía en la recopilación de datos e información sobre secuestros, desapariciones y torturas para luego diseminarlas: “Esa era la única forma de difundir lo que estaba pasando”.
Mucha de esos datos documentados, Alicia los mostró al tribunal que juzga a 17 represores acusados de delitos de lesa humanidad en Bahía Blanca. Lo hizo al momento de prestar declaración como testigo en la mañana del martes 27 de diciembre de 2011.
No cuentes lo que viste…
Cuando secuestran a su tío José y a su primo, Alicia decide irse de su casa por su seguridad y la de su hija. Lo mismo hace en el momento en que se llevan a sus amigos Néstor Junquera y María Eugenia González de Junquera. Sin embargo, el 12 de enero del 77 el Ejército golpeó la puerta de su hogar: “Estaba con mi nena, mi esposo había ido a trabajar”.
Alicia vivía en el fondo y el timbre sonaba insistentemente. Su hija la seguía mientras Alicia iba a atender la puerta hasta que escuchó golpes muy fuertes: “El Ejército, abra”. “Me di vuelta, empecé a correr por el pasillo, pensé, dudé en un instante si llevar a la nena conmigo para saltar el tapial del fondo de mi casa. Le dí un beso, corrí y salté. Lo último que escuché de ella en los siguientes cinco meses fue que rompió a llorar. Sentí una bala, sentí tiros y no supe que había pasado con ella”.
La huida no se pudo concretar ya que en un baldío la esperaban más soldados. La metieron en un camión, que luego fue a buscar a su marido al trabajo, y ambos fueron llevados al Comando V del Ejército.
Descalza, Alicia es ubicada en una sala y luego llevada a otro sector donde le toman declaración: “Escucho la máquina de escribir”. Le pidieron datos de su militancia que ella negó, y la devolvieron a la sala: “A la tarde me llevan vendada y esposada en el piso de un auto, parecía un jeep”. Alicia pensó en tirarse del vehículo pero hubo algo que pesó más para decidir seguir: “El único motivo por el que no me tiré es porque tenía mis amigos, Néstor y Mary desaparecidos y tenía la ilusión de que tal vez los iba a ver allí”.
Alicia Partnoy fue trasladada a otro sector en donde los muros llevaban la inscripción “Triple A”. Ella estaba vendada pero puede observar por debajo de la venda. La noche la pasó en La Escuelita atada en un colchón mientras escuchaba gritos que le parecían que era de un animal. En realidad, era su marido soportando la tortura.
En otro momento, llegó el turno de su propio interrogatorio: “La tortura más grande que yo sufro es no saber qué habían hecho con mi hija”, narró Alicia quien señaló que los torturadores le decían que la iban a matar mientras le traían al esposo totalmente lastimado y le leen el testimonio de una persona que había sido torturada. Allí, en La Escuelita, Alicia estuvo tres meses y medio.
Por debajo de la venda, Alicia reconoce a Alicia Izurieta, su mejor amiga de la UNS con quien, durante el cautiverio, siempre lograba conversar,
Respecto a su hija Ruth, había quedado con unos vecinos, y luego sus abuelos la fueron a recoger. Los padres de Alicia fueron al Comando, hicieron múltiples gestiones y presentaron una nota donde piden entrar a la casa precintada de Alicia para rescatar cosas de Ruth.
Un 22 de abril, sus padres reciben una lista firmada aparentemente por Delmé, hoy juzgado, que contenía objetos personales y venía acompañada de un monedero. Alicia mostró la lista al tribunal y pidió entregar los objetos.
Tres días después, el “Mono” Núñez la traslada a Villa Floresta donde pasa 52 días: “Soy una presa sin nombre y una celda sin número” señaló: “A mi entender yo estaba desaparecida”.
Unas presas comunes y unas monjas deducen que ella era Alicia Partnoy y se lo comunican, solidariamente, a la familia. En esos 52 días, Alicia trató de recordar poemas que había escrito antes de su desaparición y escribe unos nuevos que luego Patricia Chabat recuperará y le entregará.
Alicia y su familia sufrieron en demasía lo vivido. Tal es así que su hermano se enfermó de esquizofrenia que lo llevó al suicidio y sus padres “están asustados por mi presencia en Bahía Blanca, tienen mucho miedo de que alguien me haga algo”.
Estamos en la tierra de nadie…
Según su propia descripción, La Escuelita era una casa vieja, tenía dos habitaciones donde estaban los detenidos, un hall intermedio con el guardia de turno, ventanas con postigos y rejas del tipo colonial: “Capaz que los señores a mis espaldas pueden explicar mejor cómo era el lugar porque están hablando”, dijo Alicia luego de que se escuchara un irrespetuoso murmullo de uno de los asesinos imputados.
Respecto a cómo pudo reconocer cada sector explicó: “Tengo una nariz grande, eso que a uno no le gusta cuando es adolescente, era muy útil cuando tenía una venda porque es más fácil que se mantengan ciertas ranuras debajo de los ojos”.
Alicia pudo ver las habitaciones, el pasillo, la sala de torturas y por un guardia llamado Heriberto Lavallén “El zorzal” se enteró de la existencia de una casa rodante donde habría dado a luz Graciela Romero de Metz.
Alicia pidió al tribunal una pizarra y dibujó un croquis de La Escuelita. En el gráfico se veía una ventana que, dijo, a veces la abrían: “Un día que me encuentran hablando con Zulma me castigan haciéndome sentar al sol, con la ventana abierta hacía mucho calor”.
Alicia habló además de un aljibe donde habían colgado a un detenido y de una cocina en donde le hicieron lavar una fuente grande de ensalada para poder asistir al bebé de Metz.
Alicia recordó que, anterior a eso, un supuesto enfermero le había recetado a Metz que caminara para facilitar el parto. Ella era la mujer que daba vueltas alrededor de una mesa y que muchos testigos declararon haberla escuchado.
Entre el 16 y 17 de abril, Graciela dio a luz a un varón. Los guardias decían que ese bebé iba a ser adoptado por uno de los torturadores. Alicia sólo recuerda al “Tío” y al “Pelado”. Esos guardias también comentaban acerca de que uno de ellos estaba comprando ropa de bebé.
.Por otra parte, Alicia no pudo ver a sus amigos Junquera pero sí reconoció sus pertenencias allí. También detalló humillaciones soportadas por sus compañeros que en algún momento fueron vestidos con ropa de mujer, los manoseos y abusos sexuales sufridos por las mujeres y hasta el hecho de permitir que dos víctimas mantuvieran relaciones para que, los represores, pudieran observarlos.
Loro, Bruja, Gato, Vaca, Gordo, Tino, Polo, Turco y Chiche, son algunos de los apodos de militares que Alicia recuerda y que los documentó una vez en libertad. Chiche tendría entre 22 y 23 años y era una persona arrogante, segura de sí misma y convencida de lo que hacía: “Me decía que me iban a hacer jabón por ser judía”. Chiche le preguntó a Alicia por qué era “subversiva” y ella dijo que en la universidad uno va adoptando ideas políticas. Chiche le dice que él fue a la universidad y no se hizo “subversivo”: “Te hiciste facho”, le respondió Alicia.
Antes de su traslado, a Alicia le dicen que la van a llevar a ver “cómo crecen los rabanitos”. Esa ironía la hace pensar que el final se acercaba: “Estaba convencida de que me iban a matar”. Su presunción era equivocada, el traslado era a Floresta y Alicia seguiría su historia.
Los inocentes son los culpables
Alicia llegó a Villa Floresta muy delgada y desesperada por no saber dónde estaba su hija. Un tal Farías se comunicó con sus padres para avisarles que podían visitar a su hija y luego de un tiempo así lo hicieron acompañados de la bebé Ruth. “Ahí la veo y ahí sé que está bien”.
En esa cárcel permaneció hasta el 8 de octubre de 1977 para luego ser trasladada en avión a Villa Devoto. Ese viaje duró más de 10 horas ya que pasaban a buscar a otros detenidos por diferentes penales.
Con la opción obligada de tener que irse del país, Alicia se radica en Estados Unidos ya que había solicitado ir a España y no se lo permitieron. Ella estaba a disposición del Poder Ejecutivo por ser “peligrosa”.
En su declaración, Alicia pidió por los hijos nacidos en La Escuelita y de los que nunca más se supo nada: “Yo no sé… si los señores a mis espaldas tuvieran información… Pero claro hicimos el Juicio de la Verdad y la verdad la contamos nosotros”.
Emocionada, Alicia continuó con más palabras referidas al día tan importante que transcurría: “Hoy es un momento muy especial porque veo la justicia sin vendas en los ojos, y en Bahía Blanca la justicia sin vendas en los ojos es la justicia de verdad”.
“La justicia no puede tener venda como nosotros tuvimos”, señaló.
Al final de su testimonio, agradeció al tribunal por la paciencia, la voluntad y la vocación de justicia. También hizo lo propio con los organismos de Derechos Humanos, recordó a Ernesto Malisia, a los familiares y “a todo aquel que ha buscado junto conmigo justicia en estos casos”.
Cuando el fiscal Abel Córdoba le preguntó qué significaban las personas con las que compartió cautiverio, Alicia dio una respuesta que puso la piel de gallina a más de uno: “Son mis hermanos”, respondió. Con mucha emoción, Alicia finalizó su relato. Ella que soportó todo lo vivido en La Escuelita, Villa Floresta y Villa Devoto; ella que escribió un libro contando todo lo vivido y que transformó el horror en poesía. La misma Alicia que se vino de Estados Unidos sólo para declarar en este juicio. Un día histórico vivió Bahía Blanca con el testimonio de Alicia, su canción y el recuerdo de sus hermanos…
“Sobre el pasado y sobre el futuro, ruinas sobre ruinas, querida Alicia…” (Seru Giran)
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