Por coberturacomision
Con la presidencia del Tribunal a cargo del juez José Mario Triputti comenzó esta mañana la audiencia en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos desde el V Cuerpo de Ejército. La primera testigo fue María Rosa Escudero en torno al caso Mónica Morán.
Mónica nació el 23 de mayo de 1949 en Bahía Blanca. Vivía en Espora 163 junto a sus padres y se dedicaba a la labor docente, elaboración de títeres, la escritura de guiones y el trabajo en obras del grupo de teatro “Alianza”. Fue secuestrada el 13 de junio de 1976, la vieron en La Escuelita y su cuerpo fue montado en un falso enfrentamiento organizado por el Ejército doce días después.
“Yo en 1976 me ganaba la vida en un sindicato de mecánicos como empleada administrativa. Mi conexión con Mónica era por el teatro, pertenezco al teatro Alianza”, aseguró Escudero y agregó que “con Mónica estábamos ensayando en Rondeau 220 esa noche el 13 de junio del ’76, aproximadamente a las 21, era una noche fría. En una habitación estábamos ensayando una obra para niños. Mónica estaba en otra habitación haciendo sus títeres, estaba por salir de gira”.
En un momento “se abre violentamente una puerta, aparece un hombre muy joven que tenía un arma corta y otras cuatro personas, varones también con armas cortas. Rápidamente nos tiraron al suelo, preguntaron por Mónica Moran. Quedamos rígidos y muy estupefactos por esa irrupción tan violenta”.
Ellos reclamaron por Mónica. “Coral Aguirre intentó levantarse, y ella dijo ‘Soy yo’, la tomaron de un brazo, con su cartera la arrastraron hacia afuera. Nos llevaron nuestros abrigos, nuestras carteras y documentos, el dinero. Por lo que siempre deduje que además de asesinos eran delincuentes”.
“Dos del grupo fueron a ver a los padres de Mónica, después me entero que la manzana estaba rodeada, y no sé si le pudieron avisar del secuestro. Después el papá de Mónica dijo que no hay que preocuparse porque el capellán del Ejército es amigo del sacerdote de la parroquia cercana a la casa de los padres de Mónica. Que era en calle Espora”.
La testigo ante la consulta de fiscal Córdoba respecto a si los grupos de teatro eran infiltrados por las fuerzas de seguridad respondió: “Todos los grupos tenían gente que entraba, pero eran muy toscos. En la época de Mónica vino un muchacho que se llamaba Néstor Hernández a tomar clases de teatro y dijo que trabajaba en la SIDE y en teléfonos del estado”.
“Como era tan a boca de jarro y dijo que lo cooptaron en el servicio militar, y como le gustaba el teatro jamás se nos ocurrió que podía ser un traidor. Luego del secuestro de Mónica, no seguimos en ese lugar y a este hombre jamás lo vi”, afirmó María Rosa.
Luego fue el turno de José Luis Morán, hermano de Mónica que relató que “fui el primero que me enteré por radio, por Lu2 que había un enfrentamiento de subversivos contra las fuerzas leales, decían. En la calle Santiago del Estero y Nicaragua, y creo que eran tres muchachos y dos chicas, una de ellas Mónica Moran. Yo estaba en la casa de mis padres cuando se escuchó esa noticia, voy a ver la TV y llegué tarde, ya la habían pasado”.
“Mi hermana tenía ideas contrarias al gobierno, ella iba en contra de la oligarquía, ella se inclinaba, colaboraba en Villa Nocito ayudaba. Y allá en Neuquén era lo mismo. Estaba en contra del gobierno militar”, manifestó su hermano.
Gladys Sepúlveda llegó desde Neuquén para presentarse ante el TOF. Es empleada de la Universidad del Comahue donde conoció a Mónica Morán.
Gladys fue detenida el 14 de junio de 1976 en la comisaría de Cipolleti. Antes habían capturado a sus padres para presionarla y lograr que se entregue. De allí la mandaron a la Unidad 9 de Neuquén.
En un avión fue trasladada junto a otras detenidas: “Nos torturan, nos tiran como bolsas de papa, nos llevan a otro lugar donde yo escucho las voces, reconozco las voces de otras personas de la Escuela Social”.
“Traen a otra persona y reclama sus lentes de contacto, es Mónica Morán, está un par de días y se la llevan, le tapan la boca, hay insultos y se la llevan. Luego preguntamos, no podíamos hablar, dijeron que teníamos una marca en la frente cada uno de nosotros y algunos eran de un color que indicaba si íbamos a vivir o morir. Esta compañera dijo ‘Estamos en Bahía’, yo no sabía dónde estaba. ‘Escuchen en la lejanía el sonido de los barcos’. Y efectivamente en la noche se escuchaba”.
En el centro clandestino la picanearon por sus lecturas y su participación gremial y política en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Mencionó al Laucha como uno de los guardias.
Luego fue llevada a la cárcel de Villa Floresta -donde leyó en el diario sobre el enfrentamiento en el que hicieron aparecer el cuerpo de Mónica- y a Devoto. En agosto de 1979, con 24 años, se asiló en la República Alemana hasta enero de 1985.
“En mi vida ha significado un inmenso dolor. Un sentimiento de culpa muy grande el haber sobrevivido a ellas, después más conociendo detalles de sus vidas. Es algo que muchas veces intenté borrar, formé una familia y trababa de olvidarlo. A veces tenía pesadillas, después no las tuve más, cuando empezamos a hacer memoria, y ahora que está la posibilidad de juzgar a los hacedores de ese genocidio, trae paz y salud y una esperanza de que no se vuela a repetir”.
Luego continuaron testimoniando los sobrevivientes de La Escuelita que “convivieron” con Mónica Morán, Pedro Daniel Maidana y Dora Seguel.
Con la presidencia del Tribunal a cargo del juez José Mario Triputti comenzó esta mañana la audiencia en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos desde el V Cuerpo de Ejército. La primera testigo fue María Rosa Escudero en torno al caso Mónica Morán.
Mónica nació el 23 de mayo de 1949 en Bahía Blanca. Vivía en Espora 163 junto a sus padres y se dedicaba a la labor docente, elaboración de títeres, la escritura de guiones y el trabajo en obras del grupo de teatro “Alianza”. Fue secuestrada el 13 de junio de 1976, la vieron en La Escuelita y su cuerpo fue montado en un falso enfrentamiento organizado por el Ejército doce días después.
“Yo en 1976 me ganaba la vida en un sindicato de mecánicos como empleada administrativa. Mi conexión con Mónica era por el teatro, pertenezco al teatro Alianza”, aseguró Escudero y agregó que “con Mónica estábamos ensayando en Rondeau 220 esa noche el 13 de junio del ’76, aproximadamente a las 21, era una noche fría. En una habitación estábamos ensayando una obra para niños. Mónica estaba en otra habitación haciendo sus títeres, estaba por salir de gira”.
En un momento “se abre violentamente una puerta, aparece un hombre muy joven que tenía un arma corta y otras cuatro personas, varones también con armas cortas. Rápidamente nos tiraron al suelo, preguntaron por Mónica Moran. Quedamos rígidos y muy estupefactos por esa irrupción tan violenta”.
Ellos reclamaron por Mónica. “Coral Aguirre intentó levantarse, y ella dijo ‘Soy yo’, la tomaron de un brazo, con su cartera la arrastraron hacia afuera. Nos llevaron nuestros abrigos, nuestras carteras y documentos, el dinero. Por lo que siempre deduje que además de asesinos eran delincuentes”.
“Dos del grupo fueron a ver a los padres de Mónica, después me entero que la manzana estaba rodeada, y no sé si le pudieron avisar del secuestro. Después el papá de Mónica dijo que no hay que preocuparse porque el capellán del Ejército es amigo del sacerdote de la parroquia cercana a la casa de los padres de Mónica. Que era en calle Espora”.
La testigo ante la consulta de fiscal Córdoba respecto a si los grupos de teatro eran infiltrados por las fuerzas de seguridad respondió: “Todos los grupos tenían gente que entraba, pero eran muy toscos. En la época de Mónica vino un muchacho que se llamaba Néstor Hernández a tomar clases de teatro y dijo que trabajaba en la SIDE y en teléfonos del estado”.
“Como era tan a boca de jarro y dijo que lo cooptaron en el servicio militar, y como le gustaba el teatro jamás se nos ocurrió que podía ser un traidor. Luego del secuestro de Mónica, no seguimos en ese lugar y a este hombre jamás lo vi”, afirmó María Rosa.
Luego fue el turno de José Luis Morán, hermano de Mónica que relató que “fui el primero que me enteré por radio, por Lu2 que había un enfrentamiento de subversivos contra las fuerzas leales, decían. En la calle Santiago del Estero y Nicaragua, y creo que eran tres muchachos y dos chicas, una de ellas Mónica Moran. Yo estaba en la casa de mis padres cuando se escuchó esa noticia, voy a ver la TV y llegué tarde, ya la habían pasado”.
“Mi hermana tenía ideas contrarias al gobierno, ella iba en contra de la oligarquía, ella se inclinaba, colaboraba en Villa Nocito ayudaba. Y allá en Neuquén era lo mismo. Estaba en contra del gobierno militar”, manifestó su hermano.
Gladys Sepúlveda llegó desde Neuquén para presentarse ante el TOF. Es empleada de la Universidad del Comahue donde conoció a Mónica Morán.
Gladys fue detenida el 14 de junio de 1976 en la comisaría de Cipolleti. Antes habían capturado a sus padres para presionarla y lograr que se entregue. De allí la mandaron a la Unidad 9 de Neuquén.
En un avión fue trasladada junto a otras detenidas: “Nos torturan, nos tiran como bolsas de papa, nos llevan a otro lugar donde yo escucho las voces, reconozco las voces de otras personas de la Escuela Social”.
“Traen a otra persona y reclama sus lentes de contacto, es Mónica Morán, está un par de días y se la llevan, le tapan la boca, hay insultos y se la llevan. Luego preguntamos, no podíamos hablar, dijeron que teníamos una marca en la frente cada uno de nosotros y algunos eran de un color que indicaba si íbamos a vivir o morir. Esta compañera dijo ‘Estamos en Bahía’, yo no sabía dónde estaba. ‘Escuchen en la lejanía el sonido de los barcos’. Y efectivamente en la noche se escuchaba”.
En el centro clandestino la picanearon por sus lecturas y su participación gremial y política en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Mencionó al Laucha como uno de los guardias.
Luego fue llevada a la cárcel de Villa Floresta -donde leyó en el diario sobre el enfrentamiento en el que hicieron aparecer el cuerpo de Mónica- y a Devoto. En agosto de 1979, con 24 años, se asiló en la República Alemana hasta enero de 1985.
“En mi vida ha significado un inmenso dolor. Un sentimiento de culpa muy grande el haber sobrevivido a ellas, después más conociendo detalles de sus vidas. Es algo que muchas veces intenté borrar, formé una familia y trababa de olvidarlo. A veces tenía pesadillas, después no las tuve más, cuando empezamos a hacer memoria, y ahora que está la posibilidad de juzgar a los hacedores de ese genocidio, trae paz y salud y una esperanza de que no se vuela a repetir”.
Luego continuaron testimoniando los sobrevivientes de La Escuelita que “convivieron” con Mónica Morán, Pedro Daniel Maidana y Dora Seguel.
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